REVISTA LATINOAMERICANA DE POSTHUMANISMO
Tiempo sin tiempos: devenir postpresente
Lorena Rojas Parma
Universidad Católica Andrés Bello
ASRI – Arte y Sociedad. Revista de Investigación Núm. 19. Año 2021. ISSN: 2174-7563.
Recibido: 04/02/2021 | Aceptado: 09/03/2021
Es costumbre de perros ladrar al que no conocen
—Heráclito
Pensar el postpresente es un desafío para la filosofía. Se expone que los tiempos alterados de la tecnología disuelven el pasado y el futuro. El devenir del postpresente se expresa a plenitud en el amor, en Eros digital.
Los que recorremos los caminos de la filosofía, desde los tempranos colores de su aurora, hemos recorrido también diversas nociones de tiempo. Se forjan de hallazgos, razonamientos, cosmovisiones que han revelado aristas sobre la compleja experiencia de la temporalidad. Cambio, eternidad, subjetividad, lenguaje y mundo se atraviesan de argumentos filosóficos. Pensar el tiempo implica, también, reconocer el tiempo del cuerpo, del alma, de la física, de cada criatura de la tierra; el tiempo del amor, de la oración, del duelo, de envejecer, de saber de sí; el tiempo del reloj, el tiempo de la agenda… todos diversos pero amparados misteriosamente en un transcurrir que reconocemos “tiempo”. No hemos dejado de pensarlo, y en ocasiones, desde horizontes inconciliables entre sí. En una hermosa línea de Certidumbres, escribe Whitman a propósito del tiempo: “No albergo duda de que los asuntos temporales duran mil años”. Y acaso haga converger nuestro paso breve por la vida, con mil años que para nosotros anuncian una eternidad. Como si nuestros asuntos, esos temporales, realmente no tuviesen tiempo o escapasen a todas nuestras fuerzas. Herederos de Platón, san Agustín, Kant o Wittgenstein, seguimos pensando los secretos del tiempo. Preguntándonos qué es lo que decimos cuando decimos, en la entrada de un teatro o tras un reencuentro amoroso, “es tarde”. En ese inevitable seguir pensándonos, que nos piden la vida y la filosofía, hoy somos sorprendidos por una noción temporal que se une a la experiencia contemporánea de los “posts”, y que desafía los términos comúnmente conocidos de la temporalidad. Pues, como lo anuncia su nombre, no es pasado ni futuro y, en rigor, tampoco presente. Es “postpresente”.
De manera que la compleja cavilación sobre el tiempo, inacabada como suelen ser las cuestiones filosóficas, ahora nos exige elaborar, hilar, pensar, con las fuerzas del espíritu muy atentas, la naturaleza de una experiencia que, en una primera mirada, nos resulta poco familiar. En efecto, hablar de postpresente aturde nuestros usos para nombrar el paso del tiempo, y nos preguntamos por qué no lo llamamos futuro. O por qué lo que se anuncia después del “post” no constituye pasado. Por qué todo insiste en mantenerse próximo al tono del presente. No contamos, además, con unas coordenadas más o menos claras para elaborar filosóficamente lo que se quiere decir con postpresente. Y si bien las alusiones contemporáneas al “post”, se desbordan sin mayores contenciones, cuando se adhiere a un modo del tiempo, se hace especialmente complicado y revelador, pues toca fibras profundas de la existencia, que se pasean entre nuestro camino a la vejez, las relaciones con el recuerdo, la incertidumbre o el ritmo de la tecnología. No parece muy prometedor intentar un recuento de los amplios usos del “post”, pues cada postverdad, postdualismo o postpostmodernidad, se abre a otros universos que tejen sus propias cavilaciones. Por ello, una manera de ocuparnos de nuestro postpresente, tal vez sea permitir que se des-oculte a través de la reflexión sobre la experiencia que nombra. Donde es preciso fortalecerse en lo que Platón llama “pensar”, es decir, en el diálogo del alma consigo misma (Teeteto, 189c). En ese recorrerse de sí donde se cuestiona, se observa y se examina cuidadosamente el argumento y la experiencia. Donde la palabra pensada es palabra con alma. Por su parte, suele tener razón Gadamer cuando afirma que precisamente porque somos “seres finitos”, seres temporales –al menos por ahora–, “estamos en tradiciones, independientemente de si las conocemos o no, de si somos conscientes de ellas o estamos lo bastante ofuscados como para creer que estamos volviendo a empezar” (Gadamer, 1991, p. 116). Por tanto, como no somos almas sin referentes –ni ofuscadas–, y las tradiciones que nos sostienen suelen decirse de nuevo en su vitalidad, de allí vendrá el impulso para pensar un poco, en la brevedad del espacio, algunas aristas reveladoras del postpresente. Con ánimo de búsqueda e indagación más que de ofrecer respuestas; dejando los caminos abiertos, como parece más próximo al postpresente, y también a lo que aprendimos con Sócrates. Sin ladrar, porque la vida no suele ser, si somos atentos, totalmente desconocida. […]